Menonitas, fin del milenio


     En 1993, llegué a la Colonia Nueva Esperanza, en Guatraché, La Pampa, Argentina para hacer un reportaje de dos días. Un colono menonita me decía que no estaba de acuerdo pero que si los Obispos habían decido no poner la línea de teléfono que les habían ofrecido estaba bien, por que esa era la decisión de Dios, como también lo era la de tomar la vida de una señora enferma que se podría haber salvado con un llamado telefónico… A siete años del fin del milenio, del colapso del Y2K, no entendía sus palabras.

    Volví en 1996 a conocer a esas personas que se instalaron a mediados de los ochenta, llegando desde México, con un acuerdo con el gobierno que les permitiera mantener su idioma y su educación. Trabajé durante un año con ellos. Me alojé en la casa de Juan Fast, nos fuimos haciendo amigos.

    Empecé entender a esta gente extraña que desde hace más de quinientos años vive trashumando por diferentes países tratando de mantener, su lengua, su tradición y su cultura original. Hablan Desusteplach, viven del trabajo de la tierra y se mantienen por la dedicación a Dios de acuerdo a los mandamientos de la Biblia y de su fundador Menon Simmon, allá en XVI en Flandes en tiempos de la Reforma Protestante en Alemania.

   La producción de leche para la fabricación de queso es su fuente principal de subsistencia. Son gente sencilla, que vive solo para servir a Dios, que todo lo explica para ellos. No hay más misterios. El Y2K no colapso el universo y los menonitas siguen trashumando como hace seiscientos años.