PEDRADAS


PEDRADAS

   Era un día de esos, comunes, como casi todos los días dentro de un diario. Estaba sentado en uno de los tantos escritorios de editores para los tantos editores que había en uno de los tantos diarios en los que había trabajado hasta entonces. Sentado justo enfrente de uno de los tantos negatoscopios que había en esa época para editar fotografías en todos los diarios del mundo. De pronto,  escuché la voz de uno de mis Editores Jefes.

-Vení chiquito… En ese lugar el trato siempre tenía un aire de soberbia  y provocación, poco gentil, aunque, si el tono de voz no era alto, significaba “cierto” afecto.

-Mirá! Me dijo, apoyando su dedo índice sobre el vidrio y dejando la lupa sobre un cuadro del rollo que estaba editando.

   Incline suavemente mi ojo hacia el ocular del aparato y vi una gran foto. Guauu! Esas fotos que todo fotógrafo piensa siempre cuando las ve ¿Por qué no la hice yo? Un joven en la calle con la mano levantada instantes antes de arrojar una piedra. Era en una capital de provincia. Uno de esos habituales enfrentamientos por justos reclamos de los estudiantes que terminaban en piedrazos y gases lacrimógenos, en el mejor de los casos…

– Hace mucho que no veo una buena foto tuya. Me dijo mi Editor Jefe. 

Lo miré con mi mejor cara de odio, que no se como me sale, pero sé que me sale bien. Y me llamé a silencio. Básicamente por que tenía razón.

El teléfono sonó fuerte, busqué sobre la pared el auricular y lo levanté.

–  ¿Podés viajar? Era mi Jefe de Asignaciones.

Siempre usaba el mismo método. Al primer fotógrafo que llamaba le preguntaba si podía viajar, al segundo le decía que tenía que viajar, al tercero le daba una hora para presentarse en el aeropuerto o en el diario.

– Jujuy, hay un quilombo bárbaro.

– Bueno… ¿Cuándo?

– En cuanto consigan pasaje. Venite ya para el diario.

Esas cosas funcionan, si bien en esa época me acostaba y me levantaba tarde. En un segundo estaba en la ducha. En unas horas en un avión a Jujuy, un lugar donde, decían,  había un quilombo bárbaro.

En el pueblo de Libertador General San Martín, en el pueblo del Ingenio Ledesma, que había “rebautizado” al pueblo con el nombre de la empresa productora de azúcar más importante de Argentina. Había habido un corte en la ruta Nacional 34 y la Gendarmería la liberó con un importante número de heridos graves. El corte era en protesta por los despidos de la única industria del lugar y en reclamo de puestos de trabajo.

Mi Jefe de asignaciones me había dicho Ya está viajando el corresponsal desde Salta.

Bajé en el aeropuerto, alquile un auto, puse los bártulos en el baúl, dejé las cámaras en el asiento del acompañante, puse la radio y rajé para “Ledesma”. Cámara, credencial y cara simpática… si a veces me sale, me permitieron pasar los piquetes que cortaban las rutas. Pucha! Pensé. La provincia estaba en llamas, tenían razón. La radio decía que comenzaban nuevamente los enfrentamientos. La Gendarmería en la ruta custodiando el territorio ganado, el pueblo abajo intentando recuperar el terreno…. Eso decía la radio y yo en un auto a las chapas… Por Dios, que no maten a nadie antes de que llegue!!! Pensé. En fin… así somos.

   Columnas de humo, hotel a la entrada… ¿Dejo todo y sigo? ¿ Sigo y que sea lo que sea? Maaa! sí, Sigo. Mi faro era el humo más denso, desde la ruta, en las cercanías, pero ya dentro, poco se distinguía. Termina el asfalto, empieza el ripio y sí!!! Allí está el quilombo.

   Desde el auto vi unas personas con una chica alzada en los brazos. Paré el auto, bajé, deje la puerta abierta, no se por que. ¿ Por qué hacemos esas cosas? Levante la cámara y recibí una piña en la cara, después una columna de humo denso que hace llorar… Dos segundos más y en el piso. El mismo tipo que me pegó, después de dejar a la nena en un auto regresa y me da una máscara antigás.

– Tomá. Perdoná, cuidámela que se la afané a un Gendarme anoche en la ruta.

   Respiré, recuperé, miré, busqué el camino y avancé. Di la vuelta por una manzana lateral paralela a la ruta. El “campo de batalla”, ahora, era dentro del pueblo, en las calles, entre las casas. Corrí, y llegué a la ochava de la esquina. Me tropecé y caí de cara al piso de piedras y tierra. Sentí mis objetivos y mis cámaras desparramarse. Uno segundos después se me acerca un chico muy flaco, con un lente en la mano y me dice.

–  Vos debés ser Martín… tomá. Ofreciéndome uno de los lentes desparramados.

   Era el corresponsal de Salta. No nos hicimos amigos, lamentablemente. Pero algo bueno quedo en nosotros dos desde ese momento.

Fotografié, fotografiamos, revelamos, editamos transmitimos y volvimos.

   En otra esquina, me cruce con un fotógrafo de otro diario de Buenos Aires. De esos diarios que hacen quilombos todo el tiempo, de esos diarios que siempre tienen buenos fotógrafos. Nos saludamos. Tomamos una posición opuesta a la esquina del resbalón. Estábamos ya del lado de los piqueteros, así empezaban a llamarlos. El fotógrafo del diario de Buenos Aires de pronto sale al medio de la calle. La calle era el campo de batalla. Tiros de Gendarmería, piedras de los piqueteros, una y otra vez. Empieza a gritar. Parrréen! Parreénn Hijos de putaaaaa!! No, no era franchute, arrastraba las erres. Pero estaba loco, como todos los buenos fotógrafos que hacen quilombos todo el tiempo.

   Lo escuché y lo vi. Me pegué más cerca de la pared, levante la cámara con el angular y espere. Lo van a  matar de un tiro, pensé. Pero no, de ninguna manera! Logró el alto el fuego. El cortejo que yo, no había visto, ingresó a la calle, retiraron el cajón de una anciana que estaban velando en su casa a mitad de la cuadra, sin que nadie en las esquinas lo supiera. Lo acompañamos todos hasta la misma esquina por donde había venido. Íbamos fotografiando pero como si fuéramos deudos, fotógrafos y camarógrafos solos al lado del auto. Al llegar de nuevo a la esquina una vez que doblo, tiros y piedras nuevamente.

   Me di vuelta y estaba ahí. Levantaba las piedras del piso y las tiraba sobre los techos. A ningún lado. La Gendarmería estaba a cien metros.

   Era mi foto!!! Él, era mi foto!!!,  tomé la cámara con el angular, me acerqué, lo saludé, medio entre señas, y lo seguí. Se agachaba y me agachaba, se levantaba y se acomodaba y yo me levantaba y me acomodaba. Miraba, enfocaba y esperaba. Tiraba la piedra y yo fotografiaba. Unas tres o cuatro veces, creo. Cerré el cuadro, creo, y seguía fotografiando. No recuerdo casi nada de ese momento, ni siquiera le pregunté como se llamaba.

   Después, escena repetida: Corrí, revelé, edité, mandé.

   Lo diferente llegó al otro día. Esperé a que los Editores Jefes llegaran de su reunión general. Llamé al diario. Pedí hablar con mi Editor Jefe.

– Hola!

– Hola, chiquito, dije ¿ Te gusto mi foto de la página cuatro?

martín